17 de octubre de 2018
El silencio me habita como una llamarada
Toca escribir como desaforada lo que hay dentro
Descubrir los vericuetos que me habitan, otra vez, porque nunca se llega hasta el fondo
Vivo entre tantas ficciones sobre lo que soy, sobre mi propio cuerpo
Todos los días reinvento esta maraña de caricias que aun me debo
Mi cuerpo arremete con el dolor de las articulaciones
Que me habita
El otro día en la clase de butoh le bailé a mi muñeca adolorida, estuve varios días sin dolor después de esa danza, la consigna de Eugenia Vargas era “un cadaver rígido de pie luchando desesperadamente por la vida” y pensé que en esa muñeca adolorida que me llamaba a gritos había mucha más vida que en el resto de mi cuerpo, que ese dolor hablaba de eso, y la mecí, la acaricié, la miré, la escuché, la amé en todas las formas que me fueron dadas en ese momento.
Amé eso, entregarme a las necesidades de mi ser, expresarme desde la tierra y el agua que me habitan.
No sé cómo encontrarme, a veces viajo, me acuesto en la tierra, busco las respuestas en mi cuerpo y en mi memoria, medito, a veces, no siempre funciona.